martes, 8 de noviembre de 2011

Ojo en el Cielo (Philip K. Dick) - Fragmento

Un segundo más... medio segundo... Empezó a vislumbrar la vaga perspectiva de un paisaje. Una visión confusa: una continuidad redonda, un paraje ambiguamente húmedo. ¿Un estanque, un océano? Un lago inmenso; aguas en remolino. Montañas alzadas en el otro borde; una serranía boscosa, cubierta de maleza.

De golpe, el lago cósmico desapareció. Lo había ocultado una cortina. Pero esa cortina, tras un corto intervalo, volvió a levantarse. Y el lago quedó visible de nuevo: una superficie infinita de sustancia húmeda.

Era el mayor lago que Hamilton había contemplado en toda su vida. Lo bastante grande como para que pudiera sumergirse en él todo un mundo. Aunque viviese mil años más, no vería un lago tan enorme como aquel. Se dijo que le gustaría saber cuál era su capacidad más densa, más opaca. Una especie de lago dentro de otro lago. ¿Sería toda la Gloria lo mismo que aquel lago colosal? A juzgar por lo que le era posible ver, allí no había nada más que el lago en cuestión. Pero no era un lago. Se trataba de un ojo. Y les estaba mirando, ¡a él y a McFeyffe!

No necesitó que le dijesen a Quién pertenecía aquel ojo.

McFeyffe emitió un chillido. Su rostro se tornó negro y el aire que pasaba por su garganta produjo roncos rumores. Una oleada de pánico cerval se abatió sobre él. Durante unos segundos se agitó a la desesperada, tratando de separar sus dedos de la empuñadura del paraguas, esforzándose inútilmente para alejarse de aquella visión. Intentó de modo frenético e infructuoso poner espacio de por medio, entre su persona y el ojo.

La pupila se proyectaba sobre el paraguas. Al cabo de un instante, el paraguas estalló en llamas, con un áspero «pop». Los trozos incendiados de tela, el mango, las varillas y los dos hombres estremecidos cayeron a plomo, igual que piedras.

No descendieron con la suavidad con que habían subido. Se precipitaron hacia abajo con rapidez meteórica. Ninguno de ellos tenía plena conciencia de lo que estaba pasando. En una ocasión, Hamilton se percató vagamente de que el mundo no se encontraba demasiado abajo. Luego recibió un impacto entontecedor; fue despedido otra vez hacia las alturas y su cuerpo se elevó en el aire casi hasta el mismo nivel anterior. Como consecuencia de aquel enorme rebote, estuvo a punto de llegar de nuevo a la Gloria.


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